5/8/10

El pibe pìde monedas, por Máximo Paz

Eran las tres de la mañana. El colectivo paró en la esquina y bajó un tipo.

-¡Eh, Señor!

El tipo, que iba cruzando el asfalto, se dio vuelta y miró al inoportuno, un nene rubio y cabezón.

-¿Tiene una moneda? Arremetió el desacertado.

El hombre -bolso al hombro- levantó la mano y agitó el dedo índice: señal de no.
Inmediatamente el pibe subió al colectivo, como una ráfaga fugaz remontó las escaleras y atravesó el pasillo hasta el final.

-¡Eh! Le dijo el conductor, mirándolo desde el espejo que concebía arriba de su cabeza.

-¿Una moneda? Empezó a decirles, expeditivo, a cada pasajero con voz modulada y baja.

Brazo derecho extendido y mano en forma de cuenco. Nadie le daba nada. Al conductor se le acabó la paciencia y fue hasta donde estaba el niño.

-¿Qué te dije yo a vos? ¡Sabés bien que no te dejo subir! Le disparó con su boca antes de arrojarlo del transporte.

El niño no dijo nada y salió despedido por la puerta. Pero al segundo o segundo y medio acomodó sus sucios harapos y miró alrededor, en busca de algún ser humano para pedirle monedas. No había nadie. Entonces fue hasta donde estaba el vigilante.

-¿¡QUÉ HACÉ’ PIBITO!? –le dijo el policía, sin mirarlo, mientras mandaba un mensaje de texto desde su celular.

-Bien Don, ¿y usté’?

Cuando terminó con la tarea que se había propuesto, el vigilante se puso a mirar al niño de pies a cabeza.

-Decime, el día que vos te bañes se va a terminar el mundo.

El pibe vestía un buzo polar marrón hecho jirones -era como un poncho cortado en tiras verticales- y un pantalón de gimnasia azul muy roto en la entrepierna. Su cara blanca, como de porcelana, sufría la investida de placas concisas y sólidas de mugre, su pelo amarillo se dividía en cinco o seis mechones compactados por el trabajo de la grasitud y la roña callejera.

-¿Le queda una monedita?

El policía continuó observándolo un minuto. Hubo silencio, hasta que éste fue roto.

- Mirá, tengo una que si sale vas a tener más guita que cuando le mentís a la gente con el día de tu cumpleaños.

El pibe se sorprendió, nunca le había hablado el policía de esa manera.

-Tenés que meterte en un lugar, agarrar un sobre en un cajón y listo ¿Vamos?

-¿Ahora? Le preguntó el pibe.

-Sí, ahora o nunca. Le respondió el policía.

-¡Vamos!

Fueron caminando poco menos de dos cuadras. El vigilante se detuvo delante de un galpón derruido por el abandono y el tiempo.

- Después del camión vas a ver un escritorio, en el cajón hay un sobre grande, agarralo y volvé. ¿Ves ese agujero?

- Sí. Le contestó el pibe.

-Bueno, entrá por ahí. Cuando vuelvas te doy 100 Pesos.

Era un agujero pequeño, solo un pibe o un enano podían mandarse por esa abertura. Desde allí el niño entró al depósito. Pasó rápido el camión, y pese a la oscuridad, pudo ver el escritorio. Abrió el cajón y encontró el sobre. Lo agarró y se fue.

-¡BIEN PENDEJO!- le dijo el poli, agarrando al vuelo el sobre que el niño traía.

-¡Sos un capo, Pibe!

Ambos comenzaron a reír, mientras trataban de bailar pasos de murga.
De repente irrumpió un fuerte sonido en la quietud de la noche. Un auto frenó. Un patrullero. El vigilante, que todavía tenía el sobre en la mano, se puso nervioso.

-¡Buenas noches Jiménez! ¿Haciendo negocios a estas horas de la noche? ¡Así me gusta!

Le dijo el hombre que conducía mientras bajaba del patrullero.

- ¡Buenas noches, Comisario!

- ¡Buenas para Usted! ¿O no? Le dijo el señor, que llevaba puesto un sobretodo color camello y guantes de cuero.

- No es así…hubo un mal entendido, lo que pasó es que agarré justo a este pibe saliendo del depósito.

-¡Mentira, mentira! - Dijo el muchachito, con los ojos salidos como órbitas- ¡El me obligó a entrar y sacar el sobre!

- ¡Vení para acá, pendejo! Le dijo el Comisario, agarrándolo de los harapos y haciéndolo volar hasta el patrullero. Luego, de un manotazo, le sacó el sobre al policía asustado.

-¡Así me gusta Jiménez! Trabajando de la manera que lo hace, va a llegar muy lejos en la fuerza. Le dijo, sosteniendo en su cara una sonrisa negra, unos labios rojos y un bigote tupido.

El comisario puso el auto en marcha y se fue. Siguió derecho dos cuadras y luego giró unos veinte metros.
Frenó el auto, miró al niño y tomo el sobre que yacía sobre la guantera.

- Tomá -Le dijo el Comisario al pibe, extendiéndole el sobre- no me voy a creer la patraña de ese chanta- tomá el sobre. Por esta gilada yo no me ensucio. Comprate algo, ¡toma!

El pibe pensó cinco segundos: agarró el sobre y salió del patrullero, rápido. A los diez pasos se dio vuelta y saludó al comisario. Empezó a caminar hasta detenerse a la cuadra y media. Por fin abrió el sobre: había un montón de billetes de a cien. El pibito contó hasta trescientos, que era hasta donde sabía contar, pero eran más los billetes, muchos más.
El chico rió mientras caminaba no sabía adonde.