"Aquellos ojitos vivos y brillosos representaron, en su intención, una solicitud de permiso para seguir, para avanzar." |
¿Por qué estar aburrido de la vida? ¿Porqué serpentear ante el miedo ingenuo del porvenir incierto? Allí, todo lo que tenía en el mundo era piedad. Ratas de la vida.
Agarré una gaseosa caliente de un cajón que las contenía. La destapé, tomé un trago y cerré los ojos. No recuerdo que imaginé, supuse o calculé. Tal vez haya sido algún pobre sueño, propio del maldito infeliz que soy. Proyectos abiertos al mundo subterráneo de la ingenuidad latente, devenida en utopía torpe y cansada, de tanto dar vueltas en la cabeza alcohólica de cerveza fría.
Pero la rata, como el tiempo, ya habían pasado. Salí del sótano oscuro del restaurante, subiendo las escaleras.
-¿Y, viste algo? Me preguntó el encargado, con cara de pocos amigos. Pero aquella expresión era solo una postura; la realidad propulsaba otro tipo de situación, forzada, dónde el tipo era obligado a robustecer una situación dura, de control sobre mí. Era una orden de su patrón, a él le importaba tres pepinos si había ratas o no.
-No maestro, hoy no vi nada.
Corrió la vista enseguida y se puso con las tareas de control de caja en la computadora que se erigía delante de sus narices, mientras él permanecía de pie con los pies cruzados como tijeras. Su cara pálida y chica se encendía de azul ante el reflejo de la pantalla del aparato en la piel de su cara.
-Igual puse algunos cebos, por las dudas.
Así como no le creí su postura, él hizo lo mismo, acertadamente, con la reciente mentira que le había soltado a través de expresiones titubeantes y las palabras que intentaron explicitar un sentido literal, pero que en aquel contexto, donde explotaban, sumergido de señales y huellas, no rectificaban lo expresado. Entonces el mar de la hipocresía continuó firme, metiéndose entre ambos mientras la madrugada crecía de a poco.
"Esta era gris y fea. Trepó al cesto de basura amarrado al poste de señalización de la calle." |
Máximo Paz